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I Fought The Law

Back in the USSR

Back in the USSR

Cualquiera diría que este consumidor de Stolichnaya mandó arrasar el parlamento a cañonazo limpio con la simpatía mundial de los demócratas

Por qué odio a Boris Yeltsin

 

Como crío de 8 años que engullía televisión y no tenía aún edad para salir los sábados de fiesta por ahí, disfrutaba mucho con las sesiones de uno de mis programas serios favoritos del momento: Informe Semanal.

Semana a semana, y gracias a sus imágenes catódicas, tengo un recuerdo muy fresco de los 80 a pesar de lo exiguo de mi edad. La catástrofe de Bhopal, el terremoto en México, la creciente fama de un tal Le Pen en Francia, la explosión del Challenger, la prepotencia y la chulería de Reagan y Thatcher respecto a sus gobernados y el resto del mundo, el proyecto de Guerra de las Galaxias. Y sí, un calvito que, paradójicamente, parecía buen tío y no parecía meterse con nadie. El jefe de los rusos, el tío ese de la mancha en la cabeza, mucho ruso en Rusia.

A posteriori sabría que las cosas en la URSS de esos finales de los 80 eran mucho más complejas, que las reformas iniciales degeneraron rápidamente, y que el simpático calvo no era tan querido en su país. Aún de haber tenido esos datos en mis manos, hubo un sujeto malcarado, con cara mixtura de asiático y cosaco hasta el culo de vodka que provocó que mis simpatías hacia el calvito se reforzaran. Ese tipo murió ayer y se llamaba Boris Yeltsin.

Y no era solo su chunguísimo aspecto, sus gestos maleducados, o su enfrentamiento continuado con el bueno de Mikhail. El caso es que se ganó mi antipatía más absoluta desde que durante el pustch final de verano de 1991 el tío se plantó como salvapatrias de no se sabía qué y se pasó por el forro el referéndum de principios de año acerca la continuidad de la Unión Soviética. Gorbi acabó anunciando pizzas, renegando de su pasado, y el cretino de Yeltsin decretaba la disolución del gigante del Este ante la más absoluta pasividad del pueblo y los aplausos de los que hoy han ido a su funeral.

Posteriormente, y ya con mayor conciencia de lo que ocurría, asistí a ese auténtico desmán de octubre de 1993, cuando tanto el parlamento como muchos de aquellos que le apoyaban no toleraban unas reformas que han convertido Rusia en lo que es: un estado de democracia formal basada en una economía de capitalismo mafioso. que genera sujetos como Dimitri Piterman o productos como las T.a.T.U. Aqiel año, Yeltsin orquestó un pustch nada claro en el que bombardeó el parlamento, lo declaró disuelto y asumió poderes especiales. El aplauso volvió a sonar: los amigos de la comunidad internacional del momento –papa Bush, Clinton, John Major, Lech Walesa, y otros paladines del nuevo orden mundial- bendijeron la operación.

Sin embargo, ese sujeto malcarado no podía durar mucho como líder del país más extenso del planeta. Su peste a vodka, su afición por pellizcar culos de azafatas, su tolerancia y incluso colaboración en el aumento de una corrupción, ya latente en el socialismo, que ahora se despelotaba y se expandía sin trabas de corte soviético, unido a sus problemas de salud, acabaron con Boris. Ni sus partidos fantasma –Nuestra Casa es Rusia, Opción por Rusia- ni sus elecciones ganadas por pucherazos –muchos analistas afirman que en el 1995 en realidad ganó el candidato comunista Ziuganov- ni el apoyo tácito por parte de la Comunidad Internacional –odio ese concepto tan eufemístico- lo ayudaron a entrar en el nuevo milenio con buen pie. Su hijo político, Putin, se aupó ahí arriba, y de golpe volvimos a tener rusos malos como en las pelis de antes. Solo que ya no hay socialismo, ni guerra fría, ni nos sirven de apoyo para justificar el estado del bienestar. Es igual. Nunca me gustó Yeltsin. ¿Queda claro?

2 comentarios

canserra -

Esta claro que el socialismo en la URSS no creó el "hombre nuevo", sino a tipejos como éste.

brocco -

alto y claro.