Here comes the summer (II)
Cierto personaje de la alternatividad que cantaba algo de "Clandestino" me dijo, a proposito de mis pelos, que los tenía como el segundo por la derecha. Exagerao.
Volvemos unos años atrás. Estamos a mediados de 1995: tengo 17 añitos, la selectividad por delante, y todavía hago mis pinitos en el COU, curso que para los actuales estudiantes de ESO debe sonar tan marciano como a mi por entonces aquello del PREU. Por alguna extraña razón empezamos a pensar un poco como adultos: en mi tropa tenemos ciertas inquietudes culturales: leemos y comentamos; escribimos y ganamos premios; nos inflamos a alquilar films con cierto nivel y planeamos nuestro primer corto; consumimos música e incluso la hacemos. Hacemos letras puras en el instituto, los profesores dejaron de caernos mal para convertirse en gente de la que aprender, y parece que incluso nos han contagiado el rollo. Si viviésemos en los años 60 británicos, nos codearíamos con los mods, por hacer coña y comparaciones históricas sin base alguna..
Y pese a ser culos inquietos, no éramos ningunos inadaptados sociales, ni nos quédamos los fines de semana en casa reflexionando sobre la grandeza de -yo que sé, uno al azar- los solos de Tommy Iommi. Todo lo contrario, y cuando pienso en ello, me sorprende lo barato que era por aquel entonces salir un sábado por la noche. Hago memoria y me veo primero cenando en casa, para economizar. Luego solíamos quedar en la parada del autobús nocturno B25 –no existía la mítica N11- cuyo ticket costaba bastante menos de 100 pesetas. Esta línea nos llevaba al templo lúdico de Barcelona por excelencia: el Poble Nou.
Ya habían abierto en aquel tiempo el Señor Lobo, local que nunca visitamos dado que cierta negra leyenda asociada a él ya corría por aquel entonces. Y aunque sonaba disparatada, no nos apetecía corroborar su falsedad. El lujo era una visita al Zeleste, cuya entrada costaba unas 600 ó 700 pesetas, lo paupérrimo era la recién abierta Ovella de Poblenou. En esa mega-taberna, con mesas larguísimas de pegajoso tacto, pasábamos de jugar al duro - acto con el cual se suele acabar echando peste a kalimocho- y nos íbamos a la sala de la planta inferior. A las malas se podía acabar en otro templo, hoy cerrado, el Garatge, que cerraban a las mil o obviaban bastante los restringidos horarios nocturnos de Barcelona.
La oferta musical no era chunga. Siempre te colaban algún pastel de Bon Jovi, la maldita canción del anuncio de Cherry Coke, o alguna chungada así. Pero estamos en tiempos post-generación X, como a algún inútil se le ocurrió bautizarnos. Y no, no teníamos nada que ver ni con los cretinos de Historias del Kronen, ni con Bocados de Realidad, ni con ningún otro intento de retrato juvenil al uso. De manera que por entonces Rage Against The Machine no estaban tan quemados como hoy, ni sentía arcadas con Green Day, ni quedaba muy manido intentar imitar a Uma Thurman y a Travolta cuando te soltaban un “You Can Never Tell”, famosísimo gracias a la entonces aún fresca Pulp Fiction. Te colaban también rollos de Body Count, los hoy olvidadísimos Stone Temple Pilots o Terrorvision, algo clásico de U2 para regocijo de la secta Bonista –equiparables en fanatismo a un Springsteenista, un ThePolicista, o un Direstraitista; y eso lo digo yo, que soy un Clashista-, o de Radiohead, antes de que la prensa británica le dedicara panegíricos día sí y día también acerca de la de repente recién descubierta inmensidad de su obra.
Por lo normal se necesitaban para una noche más o menos digna sólo mil pesetas ¡mil!, que son los seis euros que hoy caen por cualquier tontería. Como ayer, que fue lo que me costó mi rutinaria compra de drogas legales –cafeína, teína, alcohol- en el Mercamonas. Alguien dirá: el IPC, el coste de la vida, el aumento salarial. De lo último mentaré que es bastante falso –más bien se ha tendido a la congelación en términos absolutos; por contra teniendo en cuenta el total de la renta estatal, han bajado-. De lo otro, que hacia 2000 los precios no andaban aún tan disparados, cuando dejarse 300 pesetas por una cerveza en un local era pecado mortal, cosa que dejó de serlo justo un año después con el cambio al euro. Al contrario de lo que afirmaba la odiosa familia Martínez en aquellos espots institucionales del gobierno, todo se encareció.
Por su parte mis otros colegas, que en su mayoría eran repetidores, llevaban una onda distinta. Por decirlo de alguna manera, gustaban de abusar de las tardes de sábado, dejarse el dinero en chupitos y otros brebajes equiparables al keroseno, y estar fuera de combate a las doce de la noche. También nosotros íbamos con gente más mayor y teníamos otra actitud. Pero no dejaba de sorprenderme. Siempre pensé si actuábamos como los críos de ahora o teníamos otra mentalidad. Creo que en nuestro caso era excepcional, pero en general no existe tal contraste, y descerebrados habrán siempre de alguna forma, aunque deseo su futura reducción a -1.
Todo esto no viene por nostalgia tonta. No. Si hay algo de ello, es que ni en nuestros peores sueños hubiéramos imaginado que podríamos llegar a dejarnos 10.000 pelas del ala –sí, el número no miente- en cualquier noche tonta. Hoy, definitivamente, los ermitaños que gustaban de quedarse en casa y que acusábamos de muermazos tendrían razones más que sólidas para ratificarse en sus posiciones.
Mañana nada de batallitas. Prometido. Es más, espero verles aquí
7 comentarios
Rafita D -
"En mis tiempos, en mis tiempos..." Te recuerdo lo que le dijo Mafalda a su viejo cuando este se puso a hablarle de sus tiempos. "querría que me dijeras que estos tiempos también son tus tiempos, pero veo que estás medio ¡ñac!"
Habrá días mejores, tanto para tí como para los lectores del blog.
Salud y litros!
pringao -
el mariano -
Bueno, que coño, ¡molamos mas! Que aun estamos vivos, rediós.
brocco -
yo mismo -
eva -
mia -